FORJANDO UN CAMINO HACIA LA JUSTICIA RACIAL
De Los Bahá'ís de los Estados Unidos, 19 de junio de 2020
Los bahá'ís de los Estados Unidos se unen al dolor sincero de nuestros conciudadanos por la muerte de George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Arbery y tantos otros cuyas vidas fueron repentinamente arrebatadas por actos de violencia atroces. Estas desgarradoras violaciones contra seres humanos, debidas únicamente al color de su piel, han profundizado la consternación causada por una pandemia cuyas consecuencias para la salud y los medios de vida de las personas de color han sido desproporcionadamente graves. Esto ha sucedido en un contexto de injusticia racial de larga data en prácticamente todos los aspectos de la vida estadounidense. Está claro que el prejuicio racial es el problema más vital y desafiante que enfrentamos como país.
Sin embargo, en medio de estas tragedias, también hay signos de esperanza. Innumerables ciudadanos se han levantado para proclamar la verdad de que somos una nación y para exigir acciones específicas para abordar las desigualdades generalizadas que durante demasiado tiempo han dado forma a nuestra sociedad. Hemos recordado quiénes aspiramos a ser como pueblo y estamos decididos a generar un cambio para mejor. Este momento nos convoca a un compromiso renovado para hacer realidad el ideal de E Pluribus Unum (de muchos, uno), el ideal mismo sobre el que se fundó Estados Unidos.
Para crear una sociedad justa hay que empezar por reconocer la verdad fundamental de que la humanidad es una sola. Pero no basta con creerlo de corazón. También se crea el imperativo moral de actuar y de considerar todos los aspectos de nuestra vida personal, social e institucional a través de la lente de la justicia. Implica un reordenamiento de nuestra sociedad más profundo que todo lo que hemos logrado hasta ahora y requiere la participación de los estadounidenses de todas las razas y orígenes, porque sólo mediante una participación inclusiva pueden surgir nuevas direcciones morales y sociales.
Cualesquiera que sean los resultados inmediatos que puedan derivarse de las manifestaciones actuales, la eliminación del racismo exigirá un esfuerzo sostenido y concertado. Una cosa es protestar contra formas particulares de injusticia, pero crear un nuevo marco para la justicia es un desafío mucho más profundo. Nuestros esfuerzos sólo tendrán éxito si aprendemos a construir relaciones mutuas basadas en la amistad sincera, el respeto y la confianza, que, a su vez, se convierten en pilares para las actividades de nuestras instituciones y comunidades.
Es esencial que nos unamos en un proceso de aprendizaje para crear modelos de lo que queremos ver en cada dimensión de la vida estadounidense, a medida que aprendemos a aplicar el principio de unidad mediante el compromiso y la experiencia práctica. Con este fin, ofrecemos las siguientes reflexiones.
Un elemento esencial del proceso será un discurso honesto y veraz sobre las condiciones actuales y sus causas, y la comprensión, en particular, de las nociones profundamente arraigadas de antinegritud que impregnan nuestra sociedad. Debemos desarrollar la capacidad de escuchar y reconocer verdaderamente las voces de quienes han sufrido directamente los efectos del racismo. Esta capacidad debe manifestarse en nuestras escuelas, los medios de comunicación y otros espacios cívicos, así como en nuestro trabajo y relaciones personales. Esto no debe quedarse en palabras, sino que debe conducir a acciones significativas y constructivas.
Ya se están realizando importantes esfuerzos para aprender a crear modelos de unidad en los barrios y comunidades de todo el país. Los bahá'ís han participado de forma persistente en esos esfuerzos durante muchos años. El objetivo no es la unidad en la igualdad, sino la unidad en la diversidad. Es el reconocimiento de que todos en esta tierra tienen un papel que desempeñar para contribuir al mejoramiento de la sociedad, y que la verdadera prosperidad, material y espiritual, estará al alcance de todos en la medida en que vivamos a la altura de ese estándar. Deberíamos descubrir con seriedad lo que se está haciendo, lo que realmente ayuda a marcar una diferencia y por qué. Deberíamos compartir este conocimiento en todo el país como un medio para inspirar y ayudar a la labor de los demás. Si lo hacemos, pronto podríamos encontrarnos en medio de una transición masiva hacia la justicia racial.
La religión, fuente permanente de conocimiento sobre el propósito y la acción humanos, desempeña un papel fundamental en este proceso. Todas las comunidades religiosas reconocen que somos seres esencialmente espirituales. Todas proclaman alguna versión de la “Regla de Oro”: amar a los demás como a nosotros mismos. Tomemos, por ejemplo, el siguiente pasaje de las Escrituras bahá'ís en el que Dios se dirige a la humanidad:
¿No sabéis por qué os hemos creado a todos de un mismo polvo? Para que nadie se ensalce sobre otro. Meditad en todo momento en vuestro corazón cómo habéis sido creados. Puesto que os hemos creado a todos de una misma sustancia, os incumbe ser como una sola alma, caminar con los mismos pies, comer con la misma boca y habitar en la misma tierra, para que desde lo más íntimo de vuestro ser, por vuestras acciones y obras, se manifiesten los signos de la unicidad y la esencia del desapego.
Comprender y creer firmemente que todos somos hijos de Dios nos brinda acceso a vastos recursos espirituales, que nos motivan a ver más allá de nosotros mismos y a trabajar con constancia y sacrificio frente a todos los obstáculos. Nos ayuda a asegurar que el proceso sea coherente con el objetivo de crear comunidades caracterizadas por la justicia. Nos da la fe, la fuerza y la creatividad para transformar nuestros propios corazones, mientras trabajamos también por la transformación de la sociedad.
Creemos que las tribulaciones que hoy afectan a gran parte del mundo son síntomas de la incapacidad de la humanidad para comprender y aceptar nuestra unidad esencial. Las amenazas interrelacionadas del cambio climático, la discriminación de género, la riqueza y la pobreza extremas, la distribución injusta de los recursos y otras similares son todas consecuencia de esta deficiencia y nunca podrán resolverse si no nos damos cuenta de nuestra dependencia mutua. El mundo se ha reducido a un barrio, y es importante apreciar que lo que hacemos en Estados Unidos no solo afecta a nuestro propio país, sino a todo el planeta.
Tampoco debemos olvidar nunca que la riqueza de nuestra diversidad y nuestros ideales fundacionales de libertad y justicia atraen la atención del mundo hacia nosotros. La atención se verá influida por lo que logremos o no logremos en este sentido. No es una exageración decir que la causa de la paz mundial está vinculada a nuestro éxito en la solución del problema de la injusticia racial.
La unidad de la humanidad es la base de nuestro futuro. Su realización es la siguiente etapa inevitable de nuestra vida en este planeta. Reemplazaremos una sociedad mundial basada en la competencia y el conflicto, e impulsada por un materialismo desenfrenado, por una sociedad fundada en nuestro potencial superior de colaboración y reciprocidad. Este logro marcará la mayoría de edad universal de la raza humana. La rapidez con la que lo logremos, y la facilidad con la que lo hagamos, dependerá del compromiso que demostremos con este principio cardinal.
Hemos llegado a un momento de gran conciencia pública y rechazo a la injusticia. No perdamos esta oportunidad. ¿Nos comprometeremos con el proceso de formar “una unión más perfecta”? ¿Nos dejaremos guiar por “los mejores ángeles de nuestra naturaleza” para elegir el camino de la sabiduría, del coraje y de la unidad? ¿Elegiremos convertirnos verdaderamente en esa “ciudad sobre una colina” que sirva de inspiración a toda la humanidad? Unamos nuestras manos, pues, en el compromiso de seguir el camino de la justicia. Juntos, sin duda, podemos lograrlo.
Bahá'u'lláh dijo: “Tan poderosa es la luz de la unidad que puede iluminar toda la tierra”. Que esa luz se haga más brillante con cada día que pasa.
ASAMBLEA ESPIRITUAL NACIONAL DE
LOS BAHÁ'ÍES DE LOS ESTADOS UNIDOS